Mucho se habla del sentido de pertenencia, encarnado en un
Diego Milito que decidió finalizar su brillante carrera en un equipo que venía
de salvarse del descenso por dos puntos y potenciado por Lisandro López tras su
cuestionado (por muchos) paso por Brasil.
Racing necesitaba de sus ídolos tras años de dirigentes
desprovistos de GPS. No sólo consiguió que volvieran los nuestros: los que
llegaron de otros clubes no se quieren ir. Se racinguizaron. Es una política de
la institución, claro. Pero a su vez tiene que ver con sus rendimientos. Es un
círculo virtuoso en el que la dirigencia sostiene porque la performance de los
jugadores lo amerita. Ya no es más “si sos bueno te vas”. Si sos bueno, te
quedás.
Lo siempre ilustrativos números de El Método Racing permiten
sacar conclusiones que lo respaldan. Cuesta encontrar un plantel de La Academia
que, en la suma, arroje tantos partidos jugados con la celeste y blanca. Seguramente
en los últimos 30 años no haya otro. De aquel equipo campeón en 2014 sólo falta
un titular (Centurión) y un recambio de importancia (Hauche). Acostumbrados a
que ante el primer atisbo de éxito (sumar 30 puntos en un torneo corto ya lo
era) emigren unos cuantos, el dato cobra mayor importancia, por eso de que el
pasado siempre resignifica el presente. Un plantel que se consagró y, casi dos
años después, se pone la misma camiseta. ¡Ni los suplentes se fueron!
Entre paréntesis la cantidad de partidos jugados en Racing.
Esta permanencia genera que las incorporaciones deban hacer muchos méritos para ganarse un lugar. No es sencillo sacarle el puesto a un tipo que tiene 100 partidos en el lomo con la de Racing. Pero también una ligazón con el hincha, que se siente seguro con los suyos. Les conocemos las virtudes y sus puntos débiles, ya sabemos qué pueden aportar en cada momento del partido y, lo más importante, confiamos en ellos. Ahora discutimos sobre quién es el mejor. Y tenemos para elegir.
Nicolás Saralegui